lunes, 4 de octubre de 2010
"Oda a Walsh" (Nota de lectura de las crónicas de Rodolfo Walsh)
No se hace mención al momento exacto en el cual, Rodolfo Walsh emprendió su viaje a la provincia de Misiones. Sin embargo, todos los que caemos rendidos a su prosa podemos imaginarlo. Ocurrió a fines de los sesentas. Al comenzar a leer, ya logramos divisarlo con el pelo ensortijado, su ceño fruncido, sus enormes gafas negras y un cigarrillo en la mano. Quizás con su antigua cámara colgando de su cuello, retratando el paisaje para observarlo con mayor nitidez. Tal vez con su anotados de espiral, tomando notas de todo lo que sentía y escuchaba. Walsh anotaba: hambre, desgracia, crisis, desocupación, injusticia, insalubre, abuso, desilusión. Rodolfo veía: sueños, promesas incumplidas, historias maravillosas, sufrimiento, desesperanza, agobio, incomprensión.
No podríamos dudar ni un segundo: Rodolfo Walsh había pisado los suelos misioneros y dejó su inconfundible huella. Con tan solo un par de frases compone un impactante panorama de la Misiones que le tocó vivir. Nos dibuja una obra de arte descriptiva que todos podemos apreciar. Sentimos, oímos y palpamos la desolación que pudo percibir.
“Parecería que no se puede descender más. Pero se puede. Por debajo del agobio de los pequeños colonos se extiende, casi insondable, el hambre y la desesperanza de 25.000 peones rurales”.
“Cuatro pares de brazos levantan al sol, como una ofrenda, la ponchada de yerba, la gran riqueza de Misiones construida sobre un mar de sufrimiento”.
Con su pluma reflejó la lucha de un pueblo por no sucumbir. La persistencia de peones rurales que no se rindieron ante la adversidad. Dentro de estos, miles de inmigrantes que multiplicaron la población. Arribaron llenos de sueños y luego, se les volvieron añicos. Walsh también nos refleja este cuadro con algunas pinceladas de su palabra:
“La forma en que llegó aquí Shigemori Matonaga resume la forma en que llegaron los demás. Campesino en la provincia de Niasaki, era dueño de cuatro hectáreas. Le ofrecieron treinta en la remota Misiones. ¿Misiones? (...) Lo que no le dijeron fue que la mitad de su chacra estaba cubierta de monte, que las piedras que afloran en la tierra harían trizas las rejas del arado, que las lluvias arruinarían una y otra vez su cosecha de tabaco. (...) Tres años después mira contrito en grabador Hitachi en que va quedando estampada la historia de su desilusión”.
Avanza el inmortal Rodolfo por la selva misionera, y se topa con un personaje que lo sorprende. Horacio Quiroga, amado y odiado por la gente del lugar. Uno de los paradigmas del escritor ejemplar, y al mismo tiempo, del pueblerino internado en la provincia mesopotámica. Con su muerte se acalló la voz que mejo retrataba la vida del lugar, pero las historias sobrevivieron. Esto último fue advertido por el oriundo de Choele-Choel:
“Sí: las historias existen y no hay más que pararse a escucharlas. Pero un oyente como Horacio Quiroga tardará en nacer, si es que nace”.
Al finalizar mi lectura me detengo unos instantes a pensar en silencio, y se me viene a la mente un pensamiento esbozado por el filósofo Jean Paul Sartre. El existencialista francés decía que , en este mundo repleto de hambre y sometimiento, en esta tierra rebosante de miseria y desigualdad social, escribir era una total perdida de tiempo. El hoy requiere acción y no palabras. La escritura no es un arma digna de tomar. No es una herramienta de cambio.
Respeto y admiro mucho a este intelectual, pero me considero digno de atreverme a refutar sus dichos. Le comento a JP que sostengo que si usáramos las palabras con el sentido que las utilizó Rodolfo, cargándolas de crítica un mensaje revolucionario, y sumado a esto, le agregamos la belleza y la claridad de su prosa, concluyo en que no hay acción más productiva que esta. Porque si renunciamos a la escritura por considerarla inútil, no privaríamos de recibir centenares de historias y vivencias que despierten en nosotros acciones. La palabra puesta en el momento justo es un arma. Un arma positiva. Le pregunto a Jean Paul, si es que puede escucharme, ¿Escribir un mensaje que trascienda e impacte en los demás no es acaso una acción más que digna?
Quiero creer que el filósofo no leyó “Operación Masacre”, no conoció ANCLA, ni compró jamás el diario “Noticias”. Si esto es así, entonces entiendo su pensamiento en contra de la escritura. Es comprensible manifestarse en contra de algo que nunca conocimos.
Finalizo recomendándole estas lecturas a Sartre, aunque sé que llegue un par de años tarde ,y concluyo mi alabanza al escritor más sufrido diciendo: ”Walsh, vos si que tenías la palabra justa”.
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