martes, 23 de agosto de 2011

Llueve ...


Gotas como flechas arremeten contra todo lo que se encuentran. Quizás la oleada más temible alguna vez imaginada podría llegar a compararse con semejante tempestad. Cualquier sonido más allá de su repiqueteo constante se enmudece. Incluso los truenos se han acobardado quién sabe dónde, temerosos de ensombrecer su majestuosidad.
Las calles, anegadas, convertidas en riachos , son escenarios de las aventuras de valientes hombres y mujeres que, enfundados cual si fueran guerreros griegos, enfrentan el aguacero. Sus historias se convertirán en mitos y en otros casos jamás serán oídas. Quién sabe cuántas almas se habrá devorado este diluvio.
Un tronco del tamaño de un piano de cola se vislumbra a toda velocidad corriente abajo, en plena avenida. Conductores resignados dentro de sus autos, aguardando el destino que las vírgenes corrientes de la Ciudad les han reservado.
Alfileres, cada vez más filosos y más traicioneros embisten con la más desnuda violencia. Los tejados dan la impresión de resquebrajarse con cada nuevo arrebato de los cielos. Para colmo las nubes continúan oscuras y rebosantes, como dando a entender que lo peor aún está por venir.

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