sábado, 4 de septiembre de 2010

Despierta Mundo!! Proyecto narrativo, 3° versión.


Melancolía. La soledad abunda por los rincones. En el fondo del cuarto, la ropa tirada y el café, frío, abandonado en la mesa de luz. Estoy solo. Como siempre, hace ya varios años. Todos me abandonaron. Mis padres, muertos en aquel accidente. El único recuerdo que me une a ellos son estos sucios billetes que me garantizan la existencia. Ay pero que crueldad! Un papel no me limpia de recuerdos por más valor que pueda tener! Es horrible la sensación que me carcome! ¿Qué podían esperar de mí, padre, madre, ante tamaño sufrimiento? ¿Qué me paseara campante por la ciudad, con una esposa maravillosa, hijos, un trabajo ejemplar y un futuro próspero?

Por supuesto que no. Me hundí como nunca antes. Al dejarme, poco a poco fueron alejándose todos mis allegados, mis “amigos”, mis seres “queridos”. ¿Alguna vez fui querido?

Tuve un amor. O por lo menos, eso pensé. Cuando uno es joven, muchas veces se equivoca, vive apresuradamente. Ansioso, repleto de miedos. Aquella mujer me hizo creer que nada estaba perdido. Que aún había esperanzas. Había que seguir. Pero como todo en mi vida, la perdí. Y me arrepiento de no haber podido hacer algo más. ¡Qué difícil me es olvidarla, por dios! Se que ya no la quiero, mi corazón me lo hace saber, pero ¿Qué tal si aún la quiero conmigo? Ahora son otros los brazos que la rodean, como sucedió antes de que llegara a los míos. Nunca pude asumir aquel calvario.

Olvidarla. Dejarla volar, reconocer que ya pasó todo. ¡Es qué me es muy difícil! Los momentos que vivimos fueron efímeros en comparación al tiempo que tardo en olvidarla. Me hizo sentir dolor, eso seguro. Pero, el amor que me regaló fue gigante en comparación a los momentos más oscuros.

Hundido en mis pesadillas, me dediqué a escapar. Busqué la forma de salir de este mundo que no me regalaba nada. Me daba asco, repulsión. ¿Acaso alguien vendría a ayudarme alguna vez? Jamás recibí una mano amiga, un viejo compañero del club del barrio, algún primo lejano que se interesara en mí. No pedí mucho, ni aún lo hago. Un simple llamado, un ¿Cómo andás Joaquín, necesitas algo? Nada. Necesitaba salir. Viajar hacia un rincón inhóspito del planeta. Conocer el arquetipo de la ciudad ideal. Del paraíso inalcanzable . Debía encontrar una forma de olvidarme de mis penas. Le parecería tonto a cualquier ser humano lo que adopté como mecanismo viajero: el sueño.

Así es. Me dediqué a escapar de la realidad de una forma bastante peculiar, pero en la que me sentí cómodo. Era feliz viviendo de esa forma. Mi presente era un martirio del cual no podía escapar más que cerrando los ojos. Si no lo veía no sufría, y si estaba dormido, no lo veía y tampoco lo sentía. Dormir. ¡Ah que linda sensación la de preparar la cama, las sábanas, las almohadas, y disponerte a un elixir de sueños entrelazados uno con otro! Cada vez que me sumerjo en ese letargo, es como si me encontrara dentro de una caja de sorpresas. Uno nunca sabe con lo que se va a encontrar a la hora de dormir. Puede hallar miles de sueños extravagantes, inverosímiles. O también puede encontrar la desazón de no vivir ni uno sólo. Sin embargo, soñando o no, no se podía comparar con el infierno del mundo terrenal. El mundo de los despiertos.
Pasaba más horas del día durmiendo, soñando, que caminando, corriendo o leyendo un libro. Mi día se medía en sueños, y no en horas, minutos y segundo como los de la mayoría. Las personas que preferían caminar bajo la luz del sol, nadar en soberbias playas, conducir autos de lujo, me causaban repulsión. Me parecía muy ingenuo de su parte no poder reconocer la banalidad de tales “lujos”. Me causaba gracia que no se dieran cuenta del sinfín de placeres que se hallaba en una simple cama.

Uno nunca estaba sólo en los sueños. Siempre rodeado de personas, criaturas, mundos, realidades paralelas, fantasías, galaxias, cometas, planetas, nebulosas, auroras, prismas, cronopios, y demás artefactos diseñados en mi inconsciente. Llegué a percibir sensaciones y a captar imágenes indescriptibles. Ilógicas para el raciocinio humano.

A medida que mis horas de sueño aumentaban, el submundo de los sueños crecía, se ampliaba. Las criaturas nacían y morían a diestra y siniestra. Las galaxias crecían, los centauros y las ninfas correteaban quien sabe por que rincón del mundo de lo paranormal. Es aquí donde comienzan mis dudas. ¿Era aquel mundo paranormal? ¿Eran, aquellos objetos y seres fantásticos, productos de la imaginación de un muchacho creativo, o eran revelaciones mágicas, que me habían sido depositadas por algún milagro divino?

Siempre fui una persona de mentalidad cerrada. No acostumbro a divagar utilizando semejantes silogismos filosóficos. Sin embargo, un día, o una noche, no recuerdo bien, al despertar de un sueño tan largo que no podía recordar como me había quedado dormido, no logré distinguir entre mi mundo y mis sueños. Allí creí haber enloquecido. ¿Estoy soñando aún? Di vueltas por mi cuarto, y me dirigí rumbo a la cocina. El camino me resultó eterno. Caminé kilómetros, millas, hasta llegar a la puerta. Al entrar, me encontraba en una habitación de paredes altas, triplicaban mi estatura. El techo parecía el de una capilla renacentista, repleto de pinturas y grabados. Abrí la heladera, y esta, se encontraba repleta de frascos de vidrio de muchos colores, con contenidos extraños, parecían pócimas del brujo de algún cuento. ¿Dónde estoy, esta es mi casa? Estaba aterrado.

Tomé de la heladera una botella similar a una de cerveza, serví un poco en un vaso y comencé a beber. Nunca fui un experimentado en el arte de las bebidas alcohólicas, y era costumbre en mi marearme con cantidades insignificantes, pero con sólo un sorbo, me sentí bamboleado desde todas mis extremidades. Sacudido, golpeado y zarandeado, como si fuera una maraca, o una bandera en alguna manifestación.

Traté de caminar, preso de mis mareos, pero no lo logré, y caí en uno de los sillones del comedor. Al sentarme, me sentí como una roca que se hunde hasta el fondo del mar. Me sentí absorbido, como si mi sillón se hubiese transformado en arenas movedizas. ¿Qué demonios estaba pasando? Me preguntaba para mis adentros.

Dudaba de estar despierto, pero todo parecía tan real. Comencé a pensar, cuales eran los criterios que nosotros, los despiertos, utilizábamos para determinar quien estaba soñando y quien no. ¿Se podría soñar sin la necesidad de quedarse dormido?

De pronto, logré vencer la prisión de arenas que en realidad era cuero, y me levanté. Erguido, me dispuse a ver por la ventana. Quizás aquellas ilusiones era propias de mi casa, y en el mundo exterior, todo continuaba en armonía. Caminar se volvía cada vez más dificultoso. Era como dar pasos en el agua, me sentía lento, pesado. Atrapado por la marea. Me abrí camino entre aquella piscina invisible que me apresaba, hasta llegar al ventanal de mi comedor, que daba al balcón. Subí la persiana como pude, ya que jamás me resultó tan pesada, y lo que observé a través del vidrio me dejó atónito.

El paisaje era característico de una catástrofe nuclear. De la misma forma que la bomba de Hiroshima hubiera explotado minutos atrás frente a mi casa. El cielo, se encontraba ennegrecido, con tintes color naranja y rojo. Reinaba la desolación. La tristeza emanaba de los restos de edificios aledaños, destruidos, contables con los dedos de una mano. No había rastros del género humano. Solo humo, escombros, y un aroma hostil, como de pesticida.

Al observar semejante Apocalipsis frente a mis ojos, me desesperé, y me largue a llorar como un niño caprichoso. Cada vez entendía menos. ¿Dónde estaba? ¿Es este acaso el mundo soñado que tan felíz me hacía? ¿O acaso el mundo de la lógica, y de la gente despierta que va de aquí para allá, colapsó de una vez por todas, y por dormir, no lo noté? ¿Los sueños me habrán salvado de una muerte segura? ¿Estaré muerto?

Si lo analizaba de una perspectiva metafísica, todo cerraba. Si lo pensaba desde el punto de vista que imperó en mí durante toda mi vida, no había lógica por dónde se mire al asunto. Lo que me daba terror era pensar que había pasado mientras dormía. ¿Una guerra nuclear estalló y no me di cuenta? ¿Cuánto tiempo había dormido que me había perdido semejante acontecimiento?

Aún no se iba de mi mente la idea de que todavía estaba soñando, por más real que se me parezca. Resultaba sorprendente, incluso gracioso el pensar, que no lograba distinguir la diferencia entre el sueño y la realidad. Pero, otra vez caía en la disyuntiva: ¿La realidad? ¿A fin de cuentas que es la realidad? Un manojo de segundos que corren sin parar, gente deambulando por las calles, apesadumbrada, quejumbrosa, triste, malherida, acongojada, desolada, desesperanzada... ¿Eso es la realidad? O mejor dicho. ¿Eso tiene que ser la realidad? ¿Por qué no puede ser un mundo sin segundos, sin relojes, sin percepción temporal, sin tristezas, sin penas ni horarios, repleto de criaturas de fantasía, magia, colores y placeres? Estoy seguro de que sí, que no debe estar sujeta a esos patrones. La realidad puede alterarse.

Todas esas ideas pasaron por mi cabeza como un torbellino. Mi mente se desordeno y dio vueltas infinitas, como una ruleta sin crupier . Comencé a pensar si estaba en lo cierto, si de verdad la realidad se había transformado, o si estaba delirando. Necesitaba una prueba. Algo que me haga entrar en razón, que me “despierte”. Un hecho determinante que confirme mis certezas.

- No hay dolor en los sueños.-

Pensé que si el mundo tan lógico y cuerdo comenzaba a cambiar, el dolor físico pasaría a un segundo plano, totalmente secundario e inútil. Decidí comprobar de manera empírica mi teoría. Tomé un cuchillo de la cocina. ¿Estás en lo cierto Joaquín? ¿ Estas actuando de manera razonable? ¿Tu decisión es lógica? No pienso seguir las lógicas de este mundo vacío e insulso. Diálogos que se paseaban por mi subconsciente en aquel instante en el que me dispuse a comprobar si estaba o no en lo cierto. Lo comprobé. Y lo comprobé una y otra y otra vez.


FIN

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